Por qué apesta Arjona. [Diego Mancusi]
Un señor paga una considerable suma de dinero para poder ver en un museo el famoso mingitorio de Duchamp, y luego va al baño del lugar y encuentra uno muy similar, quizás con alguna bolita de naftalina para convertir la meada en un desafío deportivo, pero nada más. En la tele muestran como un millonario gasta fortunas en un Pollock original, mientras un espectador mira el cuadro, relojea el enchastre que está haciendo su nena de dos años con las plasticolas de colores y dice "¿eh... qué onda?". ¿Por qué una trivialidad es considerada arte y la otra apenas si sirve para echar un pis o ensuciar la alfombra? Porque a diferencia de lo que opina Marta Minujín, no todo es arte. Todo puede ser arte, que es distinto. Pero para que esa metamorfosis se produzca hay que hacer algo al respecto.
Esto viene a la famosa "sobre gustos no hay nada escrito" con la que los defensores de músicos, digamos, polémicos abarajan todas las críticas. Es cierto que la subjetividad es importante en estos casos, pero no confundamos: existen parámetros objetivos y tangibles para valorar ("juzgar" suena feo) el arte en cualquiera de sus vertientes. ¿Y qué pasa si se los aplicamos a la obra de Ricardo Arjona, trovador careta y peste guatemalteca al que tantas veces nos referimos? Pasa lo que ya se imaginan.
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